Una Dieta Sana: Nuestra Mejor Defensa




La relación entre nutrición y sistema inmunitario es muy clara y sencilla: el sistema inmune es el encargado de la protección orgánica ante las agresiones externas; si éste no se encuentra correctamente alimentado, las barreras ante dichas agresiones se debilitan y no actúan de la forma adecuada. Sin embargo, son pocas las veces en las que realmente nos paramos a pensar en lo importantes que son los nutrientes en las defensas del organismo.



Una parte de estos nutrientes son sintetizados por el propio cuerpo, mientras que otros han de serle suministrados mediante una alimentación sana y variada. Existen dos clases principales de nutrientes: unos, aportan al cuerpo toda la energía
necesaria para su desarrollo, así como para mantenernos activos en el día a día; son los hidratos de carbono, proteínas y grasas. Otros, las vitaminas y oligoelementos, resultan vitales en el proceso metabólico, al favorecer la producción de células y enzimas que el organismo necesita para activar sus sistemas. Estos últimos son los denominados micronutrientes que sí influyen de forma directa en el sistema inmunitario. 

Un déficit de zinc, hierro, cobre o vitamina A puede suponer una bajada en las defensas naturales, aumentando el riesgo de contraer infecciones o enfermedades, muchas de las cuales pueden desembocar en una muerte segura si el tratamiento no se acompaña de una dieta adecuada.

Los micronutrientes se requieren en pequeñas cantidades. Cada vez son más numerosos los ensayos clínicos que demuestran que un insuficiente estado de nutrición deteriora nuestra capacidad de respuesta inmune. El sistema inmunológico humano ha desarrollado un complejo proceso de funcionamiento que comprende dos categorías: la inmunidad innata y la adquirida. Ambos tipos de protección no actúan por separado, sino que interactúan entre ellas para conseguir una óptima defensa ante cualquier enfermedad. El estado nutricional de la persona influye de forma directa en la correcta actuación de ambos mecanismos, cobrando por tanto una especial importancia.

Malnutrición proteico-calórica

Se ha comprobado que la malnutrición proteico-calórica es la causante de la atrofia linfoide, produciendo un importante descenso en la producción de las células encargadas de reconocer cualquier elemento extraño que intente penetrar en nuestro cuerpo, así como del desarrollo de anticuerpos capaces de destruirlo. Estas células inmunocompetentes son la base tanto de la respuesta innata como de la adquirida que posee el individuo. Este estado nutricional es la primera causa de muerte infantil en los países en desarrollo y crece de forma alarmante en los desarrollados, debido al incremento de la obesidad o de enfermedades como la anorexia o la bulimia.

Se ha comprobado en ensayos, que la respuesta del sistema inmunitario en niños

con un elevado grado de desnutrición ante cualquier tipo de enfermedad, es tan solo de un 10 por ciento de su capacidad total, mientras que en aquellos niños con un buen estado nutricional, superaba el 80 por ciento. Entre los distintos subtipos de esta patología, se encuentra el marasmo, límite último entre inanición y malnutrición. Los niños marásmicos desarrollan casi inevitablemente algún tipo de infección que suele desembocar en una muerte segura.

Las frutas, las hortalizas, las legumbres y los lácteos favorecen el sistema inmunológico y la función orgánica de nuestro cuerpo en general. Los beneficios que nos aportan los distintos grupos de alimentos y las sustancias esenciales que poseen, son factores claves para una mejora de la capacidad inmunitaria de nuestro organismo. Algunos tipos de grasas como los ácidos Omega 3, además de mejorar nuestra protección inmune, poseen propiedades antiinflamatorias, por lo que son especialmente recomendados en procesos infecciosos. Estos ácidos se encuentran en el pescado y en el aceite de oliva especialmente. Del mismo modo, se ha demostrado que el consumo moderado de vino o cerveza es resulta saludable, reforzando nuestras defensas y produciendo efectos antioxidantes.

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